viernes, 27 de agosto de 2010

Regreso a Clasesss..!!!

Hola compañeros.. la verdad estoy muy emocionada porque junto con mis queridos amigos y compañeros de la honorable ENRETIC estamos iniciando el tercer año. Primero estoy muy contesta y feliz de que todos hayamos regresado. Todos estamos mas comprometidos con njuestra carrera, mas responsables y sobre todo estamos mas concientes de que la carrera que estamos cursando es de gran ayuda para el futuro de nuestro pais, pues formamos a las generaciones que ayudaran a que todos seamos mejores personas cada dia.

Agradezco a todos los maestros y las personas que nos han ayudado a salir adelante, a nuestros padres como primer plano, en lo personal, agradesco muchisimo a mi maestra Anayatzin, ella ha sido una persona que me ha brindado la confinza que ninguna otra persona la ha hecho, y todos mis esfuerzos, estan dedicados especialmente para mis padres y hermanos, pero sobre todo, a ella.

Compañeros, la vida estan corta que si no la vemos como dice Samantha, de manera positiva jaja, sera la mas aburrida del mundo. Dice una cancion no le pongas tiempo a la vida, dale vida al tiempo, que el tiempo es una señor tan enojon que se va y no regresa, es tan celoso que no te da la oportunidad de remediar la situacion ni de corregir los errores que cometiste, porque todo lo hecho, HECHO ESTA.

Me despido de ustdes esperando que este no sea mi ultimo escrito dedicados a ustedes mis amigos y compañeros de vida..

domingo, 2 de mayo de 2010

El Amor



La canción desesperada

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos. Y la ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas comenzada en los labios. Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron! De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado.

miércoles, 28 de abril de 2010

Porque soy tan sabio..

Por qué soy tan sabio

-1-
La felicidad de mi existencia, tal vez su carácter único, se debe a su fatalidad: yo, para expresarme en forma enigmática, como mi padre ya he muerto, y como mi madre todavía vivo y voy haciéndome viejo. Esta doble procedencia, por así decirlo, del vástago más alto y del más bajo en la escala de la vida, este ser décadent y a la vez comienzo - esto, si algo, es lo que explica aquella neutralidad, aquella ausencia de partidismo en relación con el problema global de la vida, que acaso sea lo que me distingue. Para captar los signos de elevación y de decadencia poseo un olfato más fino que el que hombre alguno haya tenido jamás, en este asunto yo soy el maestro par excellence, - conozco ambas cosas, soy ambas cosas. - Mí padre murió a los treinta y seis años: era delicado, amable y enfermizo, como un ser destinado tan sólo a pasar de largo, - más una bondadosa evocación de la vida que la vida misma. En el mismo año en que su vida se hundió, se hundió también la mía: en el año treinta y seis de mi existencia llegué al punto más bajo de mi vitalidad, - aún vivía, pero no veía tres pasos delante de mí. Entonces -era el año 1879- renuncié a mí cátedra de Basilea, sobreviví durante el verano cual una sombra en St. Moritz, y el invierno siguiente, el invierno más pobre de sol de toda mi vida, lo pasé, siendo una sombra, en Naumburgo. Aquello fue mi minímum: El viajero y su sombra nació entonces. Indudablemente, yo entendía entonces de sombras... Al invierno siguiente, mi primer invierno genovés, aquella dulcificación y aquella espiritualización que están casi condicionadas por una extrema pobreza de sangre v de músculos produjeron Aurora. La perfecta luminosidad y la jovialidad, incluso exuberancia de espíritu, que la citada obra refleja, se compaginan en mí no sólo con la más honda debilidad fisiológica, sino incluso con un exceso de sentimiento de dolor. En medio de los suplicios que trae consigo un dolor cerebral ininterrumpido durante tres días, acompañado de un penoso vómito mucoso, - poseía yo una claridad dialéctica par excellence y meditaba con gran sangre fría sobre cosas a propósito de las cuales no soy, en mejores condiciones de salud, bastante escalador, bastante refinado, bastante frío. Mis lectores tal vez sepan hasta qué punto considero yo la dialéctica como síntoma de décadence, por ejemplo en el caso más famoso de todos: en el caso de Sócrates. - Todas las molestias producidas al intelecto por la enfermedad, incluso aquel semiaturdimiento que la fiebre trae consigo, han sido hasta hoy cosas completamente extrañas a mí, he tenido que informarme por los libros acerca de su naturaleza y frecuencia. Mi sangre circula lentamente. Nadie ha podido comprobar nunca fiebre en mí. Un médico que me trató largo tiempo como enfermo de los nervios, acabó por decirme: «¡No! A los nervios de usted no les pasa nada, yo soy el único que está enfermo». Imposible demostrar ninguna degeneración local en mí; ninguna dolencia estomacal de origen orgánico, aun cuando siempre padezco, como consecuencia del agotamiento general, la más profunda debilidad del sistema gástrico. También la dolencia de la vista, que a veces se aproxima peligrosamente a la ceguera, es tan sólo una consecuencia, no una causa: de tal manera que con todo incremento de fuerza vital se ha incrementado también la fuerza visual. - Recobrar la salud significa en mi una serie larga, demasiado larga de años, - también significa a la vez, por desgracia, recaída, hundimiento, periodicidad de una especie de décadence. Después de todo esto, ¿necesito decir que yo soy experto en cuestiones de décadence? La he deletreado hacia delante y hacia atrás. Incluso aquel arte afiligranado del captar y comprender en general, aquel tacto para percibir nuances, aquella psicología del «mirar por detrás de la esquina» y todas las demás cosas que me son propias no las aprendí hasta entonces, son el auténtico regalo de aquella época, en la cual todo se refinó dentro de mí, la observación misma y todos los órganos de ella. Desde la óptica del enfermo, elevar la vista hacia conceptos y valores más sanos, y luego, a la inversa, desde la plenitud y autoseguridad de la vida rica, bajar los ojos hasta el secreto trabajo del instinto de décadence - éste fue mi más largo ejercicio, mí auténtica experiencia, si en algo, fue en esto en lo que yo llegué a ser maestro. Ahora lo tengo en la mano, poseo mano para dar la vuelta a las perspectivas: primera razón por la cual acaso únicamente a mí le sea posible una «transvaloración de los valores». -

-2-
Descontado, pues, que soy un décadent, soy también su antítesis. Mi prueba de ello es, entre otras, que siempre he elegido instintivamente los remedios justos contra los estados malos; en cambio, el décadent en sí elige siempre los medios que le perjudican. Como summa summarum yo estaba sano; como ángulo, corno especialidad, yo era décadent. Aquella energía para aislarme y evadirme absolutamente de las condiciones habituales, el haberme forzado a mí mismo a no dejarme cuidar servir, tratar por médicos - esto revela la incondicional certeza instintiva sobre lo que yo necesitaba entonces ante todo. Me puse a mí mismo en mis manos, me sané yo a mí mismo: la condición de ello -cualquier fisiólogo lo concederá- es estar sano en el fondo. Un ser típicamente enfermizo no puede sanar, menos aún sanarse él a sí mismo; para un ser típicamente sano, en cambio, el estar enfermo puede constituir incluso un enérgico estimulante para vivir, para más-vivir. Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas, - convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía... Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de autorestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento... ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución.?En que un hombre bien constituido beneficia a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le es saludable; su agrado, su placer cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no le mata le hace más fuerte. Instintivamente forma su síntesis con todo lo que ve, oye, vive: es un principio de selección, deja caer al suelo muchas cosas. Se encuentra siempre en su compañía, se relacione con libros, con hombres o con paisajes, él honra al elegir, al admitir, al confiar. Reacciona con lentitud a toda especie de estímulos, con aquella lentitud que una larga cautela y un orgullo querido le han inculcado, examina el estímulo que se acerca, está lejos de salir a su encuentro. No cree ni en la «desgracia» ni en la «culpa», liquida los asuntos pendientes consigo mismo, con los demás, sabe olvidar, - es bastante fuerte para que todo tenga que ocurrir de la mejor manera para él. -Y bien, yo soy todo lo contrario de un décadent, pues acabo de describirme a mí mismo.

-3-
Considero un gran privilegio haber tenido el padre que tuve: los campesinos a quienes predicaba -pues os últimos años fue predicador, tras haber vivido algunos años en la corte de Altenburgo- decían que un ángel habría de tener sin duda un aspecto similar. - Y con esto toco el problema de la raza. Yo soy un aristócrata polaco pur sang, 91 que ni una sola gota de sangre mala se le ha mezclado, y, menos que ninguna, sangre alemana. Cuando busco la Antítesis más profunda de mi mismo. la incalculable vulgaridad de los instintos, encuentro siempre a mi madre y a mi hermana, - creer que yo estoy emparentado con tal canaille sería una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible el instante en que se me puede herir cruentamente - en mis instantes supremos,... pues entonces falta toda fuerza para defenderse contra gusanos venenosos... La contigüidad fisiológica hace posible tal disharmonia praestabilita... Confieso que la objeción más honda contra el «eterno retorno», que es mi pensamiento auténticamente abismal, son siempre mi madre y mi hermana. - Mas también en cuanto Polaco soy yo un atavismo inmenso. Siglos habría que retroceder para encontrar a esta raza, la más noble que ha existido en la tierra, con la misma pureza de instintos con que yo la represento. Frente a todo lo que hoy se llama noblesse abrigo yo un soberano sentimiento de distinción, - al joven Kaiser alemán no le concedería el honor de ser mi cochero. Existe un solo caso en que reconozco mi igual - lo confieso con profunda Gratitud. La señora Cósima Wagner es con mucho la naturaleza más noble; y, para no decir no decir una palabra de menos, afirmo que Richard Wagner ha sido, con mucho, el hombre más afín a mí... Lo demás es silencio... Todos los conceptos dominantes acerca de grados de parentesco son un insuperable contrasentido fisiológico. El Papa hace negocio todavía hoy con ese contrasentido. Con quien menos se está emparentado es con los propios padres: estar emparentado con ellos constituiría el signo extremo de vulgaridad. Las naturalezas superiores tienen su origen en algo infinitamente anterior y para llegar a ellas ha sido necesario estar reuniendo, ahorrando, acumulando durante larguísimo tiempo. Los grandes individuos son los más antiguos: yo no lo entiendo, pero Julio César podría ser mi padre - o Alejandro, ese Dioniso de carne y hueso... En el instante en que escribo esto, el correo me trae una cabeza de Dioniso...

-4-
No he entendido jamás el arte de predisponer a los demás en contra mía -también esto lo debo a mi incomparable padre- ni aun en los casos en que ello me parecía de gran valor. Ni siquiera en contra mía he estado yo nunca predispuesto, aunque ello pueda parecer muy poco cristiano. Se puede dar la vuelta a mi vida por un lado y por otro, en ella no se encontrará, descontado aquel único caso, huellas de que alguien haya abrigado una voluntad malvada contra mí, - pero sí, tal vez, demasiadas huellas de buena voluntad... Mis experiencias, incluso con personas con quienes todo el mundo tiene malas experiencias, hablan siempre sin excepción en favor de ellas; yo domestico a todos los osos, yo vuelvo educados incluso a los bufones. Durante los siete años que enseñé griego en la clase superior del Pädagogium de Basilea no tuve ningún pretexto para imponer castigo alguno; los más holgazanes se volvían laboriosos conmigo. Siempre estoy a la altura del azar; para ser dueño de mí tengo que estar desprevenido. Sea cual sea el instrumento, y aunque esté tan desafinado como sólo el instrumento «hombre» puede llegar a estarlo - enfermo tendría yo que encontrarme para no conseguir arrancar de él algo digno de ser escuchado. Y cuántas veces he oído decir a los mismos «instrumentos» que nunca antes se habían escuchado ellos a sí de ese modo... Quizá a quien más bellamente se lo haya oído decir fue a Heinrich von Stein, muerto imperdonablemente joven, quien en una ocasión, tras haber solicitado y obtenido cuidadosamente permiso, apareció por tres días en Sils-Maria declarando a todo el mundo que él no venía a causa de la Engadina. Esta excelente persona, que se había zambullido en la ciénaga de Wagner ( - ¡y además también en la de Dühring!) con toda la impetuosa simplicidad de un Junker prusiano, quedó como transformado, durante aquellos tres días, por un vendaval de libertad, semejante a alguien que de repente es elevado hasta su altura y a quien le brotan alas. Yo no dejaba de decirle que esto se debía al buen aire de aquí arriba, y que le pasaba a todo el mundo, pues no en vano se está a seis mil pies por encima de Bayreuth - pero no quería creérmelo... Si, a pesar de todo, se han cometido conmigo algunas infamias pequeñas y grandes, el motivo de cometerlas no fue «la voluntad», y mucho menos la voluntad malvada: yo tendría que quejarme más bien -acabo de insinuarlo- de la buena voluntad, la cual ha producido en mi vida trastornos nada pequeños. Mis experiencias me dan derecho a desconfiar en general de los llamados impulsos «desinteresados», de todo el «amor al prójimo», siempre dispuesto a aconsejar e intervenir. Lo considero en sí como debilidad, como caso particular de la incapacidad para resistir a los estímulos, - a la compasión se la califica de virtud únicamente entre los decadentes. A los compasivos les reprocho el que con facilidad pierden el pudor, el respeto, el sentimiento de delicadeza ante las distancias, el que la compasión apesta en seguida a plebe y se asemeja a los malos modales, hasta el punto de confundirse con ellos, - el que, en ocasiones, manos compasivas pueden ejercer una influencia verdaderamente destructora en un gran destino, en un aislamiento entre heridas, en un privilegio a la culpa grave. Cuento entre las virtudes nobles la superación de la compasión: con el título «La tentación de Zaratustra» he descrito poéticamente un caso en el cual un gran grito de auxilio llega hasta él cuando la compasión, como un pecado último, quiere asaltarlo y hacerle infiel a sí mismo. Permanecer aquí dueño de la situación, lograr aquí que la altura de la tarea propia permanezca limpia de los impulsos mucho más bajos y mucho más miopes que actúan en las llamadas acciones desinteresadas, ésta es la prueba, acaso la última prueba que un Zaratustra tiene que rendir - su auténtica demostración de fuerza...

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Todavía hay otro punto en el que, una vez más, yo soy meramente mi padre y, por así decirlo, su supervivencia tras una muerte demasiado prematura. Semejante a todo aquel que nunca ha vivido entre sus iguales y a quien el concepto de «ajuste de cuentas» le resulta tan inaccesible como, por ejemplo, el concepto de «igualdad de derechos», en los casos en que se comete conmigo una estupidez pequeña o muy grande yo me prohíbo toda contramedida, toda medida de protección, - como es obvio, también toda defensa, toda «justificación». Mí forma de saldar cuentas consiste en enviar como respuesta a la tontería, lo más pronto posible, algo inteligente: acaso así se la pueda reparar todavía. Dicho en imágenes: envío una caja de confites para desembarazarme de una historia agria... Basta con que se me haga algo malo para que yo «ajuste cuentas», de eso estése seguro: pronto encuentro una ocasión para expresar mi gratitud al «malhechor» (a veces incluso por su infamia) - o para pedirle algo, lo que puede resultar más cortés que el dar algo... Me parece asimismo que la palabra más grosera, la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio. A quienes callan les faltan casi siempre finura y gentileza de corazón; callar es una objeción, tragarse las cosas produce necesariamente un mal carácter - estropea incluso el estómago. Todos los que se callan son dispépticos. - Como se ve, yo no quisiera que se infravalorase la grosería, ella es con mucho la forma más humana de la contradicción y, en medio de la molicie moderna, una de nuestras primeras virtudes. - Cuando se es lo bastante rico para permitírselo, constituye incluso una felicidad el no estar en lo justo. A un dios que bajase a la tierra no le sería lícito hacer otra cosa que injusticias, - tomar sobre sí no la pena, sino la culpa, es lo que sería divino

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El estar libre de resentimiento, el conocer con claridad el resentimiento - ¡quién sabe hasta qué punto también en esto debo yo estar agradecido, en definitiva, a mi larga enfermedad! El problema no es precisamente sencillo: es necesario haberío vivido desde la fuerza y desde la debilidad. Si algo hay que objetar en absoluto al estar enfermo, al estar débil, es que en ese estado se reblandece en el hombre el auténtico instinto de salud, es decir, el instinto de defensa y de ataque. No sabe uno desembarazarse de nada, no sabe uno liquidar ningún asunto pendiente, no sabe uno rechazar nada, - todo hiede. Personas y cosas nos importunan molestamente, las vivencias llegan muy hondo, el recuerdo es una herida purulenta. El mismo estar enfermo es una especie de resentimiento. -Contra esto el enfermo no tiene más que un gran remedio: yo lo llamo el fatalismo ruso, aquel fatalismo sin rebelión en virtud del cual un soldado ruso a quien la campaña le resulta demasiado dura acaba por tenderse en la nieve. No aceptar ya absolutamente nada, no tomar nada, no acoger nada dentro de sí, - no reaccionar ya en absoluto... La gran razón de este fatalismo, que no siempre es tan sólo el valor para la muerte, en cuanto conservador de la vida en las circunstancias más peligrosas para ésta, consiste en reducir el metabolismo, en tornarlo lento, en una especie de voluntad de letargo invernal. Unos cuantos pasos más en esta lógica, y tenemos el faquir, que durante semanas duerme en una tumba... Puesto que nos consumiríamos demasiado pronto si llegásemos a reaccionar, ya no reaccionamos: ésta es la lógica. Y con ningún fuego se consume uno más velozmente que con los afectos de resentimiento. El enojo, la susceptibilidad enfermiza, la impotencia para vengarse, el placer y la sed de venganza, el mezclar venenos en cualquier sentido - para personas extenuadas es ésta, sin ninguna duda, la forma más perjudicial de reaccionar: ella produce un rápido desgaste de energía nerviosa, un aumento enfermizo de secreciones nocivas, de bilis en el estómago, por ejemplo. El Resentimiento constituye lo prohibido en sí para el enfermo - su mal, por desgracia, también su tendencia más natural. - Esto lo comprendió aquel gran fisiólogo que fue Buda. Su «religión», a la que sería mejor calificar de higiene, para no mezclarla con casos tan deplorables como es el cristianismo, hacía depender su eficacia de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de él - primer paso para curarse. «No se pone fin a la enemistad con la enemistad, sino con la amistad»; esto se encuentra al comienzo de la enseñanza de Buda - así no habla la moral, así habla la fisiología. - El resentimiento, nacido de la debilidad, a nadie resulta más perjudicial que al débil mismo; - en otro caso, cuando se trata de una naturaleza rica, constituye un sentimiento superfluo, un sentimiento tal que dominarlo es casi la demostración de la riqueza. Quien conoce la seriedad con que mi filosofía ha emprendido la lucha contra los sentimientos de venganza y de rencor, incluida también la doctrina de la «libertad de la voluntad» -la lucha contra el cristianismo es sólo un caso particular de ello-, entenderá por qué yo saco a luz, precisamente aquí, mi comportamiento personal, mi seguridad instintiva en la praxis. En los períodos de décadence yo me prohibí a mí mismo aquellos sentimientos por perjudiciales; tan pronto como la vida volvió a ser suficientemente rica y orgullosa para ello, me los prohibí por situados debajo de mí. Aquel «fatalismo ruso» de que antes he hablado se ha puesto en mí de manifiesto en el hecho de que durante años me he aferrado tenazmente a situaciones, lugares, viviendas y compañías casi insoportables, una vez que, por azar, estaban dados, - esto era mejor que cambiarlos, que sentir que eran cambiables, - que rebelarse contra ellos... El perturbarme en ese fatalismo, el despertarme con violencia eran cosas que yo entonces tomaba mortalmente a mal: - en verdad ello era también siempre mortalmente peligroso. - Tomarse a sí mismo como un fatum, no quererse «distinto», - en tales circunstancias esto constituye la gran razón misma.

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Otra cosa es la guerra. Por naturaleza soy belicoso. Atacar forma parte de mis instintos. Poder ser enemigo, ser enemigo - esto presupone tal vez una naturaleza fuerte, en cualquier caso es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte. Esta necesita resistencias y, por tanto, busca la resistencia: el pathos agresivo forma parte de la fuerza con igual necesidad con que el sentimiento de venganza y de rencor forma parte de la debilidad. La mujer, por ejemplo, es vengativa: esto viene condicionado por su debilidad, lo mismo que viene condicionado por ella su excitable sensibilidad para la indigencia ajena. - La fortaleza del agresor encuentra una especie de medida en los adversarios que él necesita; todo crecimiento se delata en la búsqueda de un adversario -o de un problema- más potente, pues un filósofo que sea belicoso reta a duelo también a los problemas. La tarea no consiste en dominar resistencias en general, sino en dominar aquéllas frente a las cuales hay que recurrir a toda la fuerza propia, a toda la agilidad y maestría propias en el manejo de las armas, - en dominar a adversarios iguales a nosotros... Igualdad con el enemigo, - primer supuesto de un duelo honesto. Cuando lo que se siente es desprecio, no se puede hacer guerra; cuando lo que se hace es mandar, contemplar algo por debajo de sí, no hay que hacerla. - Mi praxis bélica puede resumirse en cuatro principios. Primero: yo sólo ataco cosas que triunfan, - en ocasiones espero hasta que lo consiguen. Segundo: yo sólo ataco cosas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo, - cuando me comprometo exclusivamente a mí mismo... No he dado nunca un paso en público que no me comprometiese: éste es mi criterio del justo obrar. Tercero: yo no ataco jamás a personas, - me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligro general, pero que se escapa, que resulta poco aprehensible. Así es como ataqué a David Strauss, o, más exactamente, el éxito, en la «cultura» alemana, de un libro de debilidad senil - a esta cultura la sorprendí en flagrante delito... Así es como ataqué a Wagner, o, más exactamente, la falsedad, la bastardía de instintos de nuestra «cultura», que confunde a los refinados con los ricos, a los epígonos con los grandes. Cuarto: yo sólo ataco cosas cuando está excluida cualquier disputa personal, cuando está ausente todo trasfondo de experiencias penosas. Al contrario, en mí atacar representa una prueba de benevolencia y, en ocasiones, de gratitud. Yo honro, yo distingo al vincular mi nombre con el de una cosa, de una persona: a favor o en contra - para mí esto es aquí igual. Si yo hago la guerra al cristianismo, ello me está permitido porque, por esta parte, no he experimentado ni contrariedades ni obstáculos, - los cristianos más serios han sido siempre benévolos conmigo. Yo mismo, adversario de rigueur del cristianismo, estoy lejos de guardar rencor al individuo por algo que es la fatalidad de milenios.-

-8-

¿Me es lícito atreverme a señalar todavía un último rasgo de mi naturaleza, el cual me ocasiona una dificultad nada pequeña en el trato con los hombres? Mi instinto de limpieza posee una susceptibilidad realmente inquietante, de modo que percibo fisiológicamente -huelo- la proximidad o -¿qué digo?- lo más íntimo, las «vísceras» de toda alma... Esta sensibilidad me proporciona antenas Psicológicas con las que palpo todos los secretos y los aprisiono con la mano: ya casi al primer contacto cobro consciencia de la mucha suciedad escondida en el fondo de ciertas naturalezas, debida acaso a la mala sangre, pero recubierto de barniz por la educación. Si mis observaciones son correctas, también esas naturalezas insoportables para mí limpieza perciben, por su lado, mi previsora náusea frente a ellas; pero no por esto su olor mejora... Como me he habituado a ello desde siempre -una extremada pureza para conmigo mismo constituye el presupuesto de mi existir, yo me muero en situaciones sucias-, nado y me baño y chapoteo de continuo, si cabe la expresión, en el agua, en cualquier elemento totalmente transparente y luminoso. Esto hace que el trato con seres humanos sea para mí una prueba nada pequeña de paciencia; mi humanitarismo no consiste en participar del sentimiento de cómo es el hombre, sino en soportar el que yo participe de ese sentimiento... Mi humanitarismo es una permanente victoria sobre mí mismo. - Pero yo necesito soledad, quiero decir, curación, retorno a mi mismo, respirar un aire libre, ligero y juguetón... Todo mi Zaratustra es un ditirambo a la soledad o, si se me ha entendido, a la pureza... Por suerte, no a la estupidez pura -Quien tenga ojos para percibir colores, calificará al Zaratustra de diamantismo. -La náusea que el hombre, que el «Populacho» me producen ha sido siempre mi máximo peligro... ¿Queréis escuchar las palabras con que Zaratustra habla de la redención de la náusea?

¿Qué me ocurrió, sin embargo? ¿Cómo me redimí de la náusea? ¿Quién rejuveneció mis ojos? ¿Cómo volé hasta la altura en la que ninguna chusma se sienta ya junto al pozo?
¿Mi misma náusea me proporcionó alas y me dio fuerzas que presienten las fuentes? ¡En verdad, hasta lo más alto tuve que volar para reencontrar el manantial del placer!
¡Oh, lo encontré, hermanos míos! ¡Aquí en lo más alto brota para mí el manantial del placer! ¡Y hay una vida de la cual no bebe la chusma con los demás!
¡Casi demasiado violenta resulta tu corriente para mí, fuente del placer! ¡Y a menudo has vaciado de nuevo la copa queriendo llenarla!
Y todavía tengo que aprender a acercarme a ti con mayor modestia: con demasiada violencia corre aún mi corazón a tu encuentro: -
Mi corazón, sobre el que arde mi verano, el breve, ardiente, melancólico, sobrebienaventurado: ¡cómo apetece mi corazón estival tu frescura!
¡Disipada se halla la titubeante tribulación de mi primavera! ¡Pasada está la maldad de mis copos de nieve de junio! ¡En verano me he transformado enteramente, y en mediodía de verano!
Un verano en lo más alto, con fuentes frías y silencio bienaventurado: ¡oh, venid, amigos míos, para que el silencio resulte aún más bienaventurado!
Pues ésta es nuestra altura y nuestra patria: en un lugar demasiado alto y abrupto habitamos nosotros aquí para todos los impuros y para su sed.
¡Lanzad vuestros ojos puros en el manantial de mi placer, amigos míos! ¡cómo habría él de enturbiarse por ello! ¡En respuesta os reirá con su pureza!
En el árbol Futuro construimos nosotros nuestro nido; ¡águilas deben traernos en sus picos alimento a nosotros los solitarios! ¡En verdad, no un alimento del que también a los impuros les esté permitido comer! ¡Fuego creerían devorar, y se abrasarían los hocicos!
¡En verdad, aquí no tenemos preparadas moradas para impuros! ¡Una caverna de hielo significaría para sus cuerpos nuestra felicidad, y para sus espíritus!
Y cual vientos fuertes queremos vivir por encima de ellos, vecinos de las águilas, vecinos de la nieve, vecinos del sol: así es como viven los vientos fuertes.
E igual que un viento quiero yo soplar todavía alguna vez entre ellos, y con mi espíritu cortar la respiración a su espíritu: así lo quiere mi futuro.
En verdad, un viento fuerte es Zaratustra para todas las hondonadas; y este consejo da a sus enemigos y a todo lo que esputa y escupe: « ¡Guardaos de escupir contra el viento! »
Friedrich Nietzsche